La casa en el mar más azul by Tj Klune

La casa en el mar más azul by Tj Klune

autor:Tj Klune [Klune, Tj]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, General, Fantasy
editor: Crossbooks
publicado: 2022-04-26T22:00:00+00:00


El martes de la segunda semana de Linus en Marsyas, Calíope decidió cometer un hurto para que él la persiguiera.

No era algo que le apeteciera lo más mínimo a Linus; acababan de almorzar, y estaba sentado en el porche, al sol, dormitando muy a gusto. Aún le quedaba un rato antes de tener que regresar al edificio principal para asistir a las clases de los niños, y estaba aprovechándolo de forma muy sensata.

Por otra parte, la idea en sí de perseguir a una gata no acababa de seducir a Linus. Pese a todas sus habilidades, no le gustaba perseguir a nadie ni a nada. Perseguir implicaba correr, y él había decidido hacía mucho tiempo que correr no era algo que le entusiasmara. Nunca había entendido a esas personas que se levantaban incluso antes del alba, se calzaban sus zapatillas caras y sofisticadas, y salían a correr a propósito. Era de lo más irregular.

Sin embargo, Calíope salió pitando de la casa para invitados con el lomo erizado y los ojos como platos, como a veces hacen los felinos por razones misteriosas. Lo miró con expresión salvaje y la cola tiesa en vertical, clavando las garras en las tablas del suelo.

Tenía una corbata de Linus en la boca.

Él frunció el ceño.

—Pero ¿qué estás...?

Calíope salió disparada del porche hacia el jardín.

Linus estuvo a punto de caerse de bruces al levantarse de la silla, pero, por la gracia de Dios, consiguió mantenerse en pie. Observó a la gata correr con la corbata negra ondeando tras ella.

—¡Eh! —gritó—. Pero ¿qué haces, condenado animal? ¡Detente ahora mismo!

Ella, lejos de detenerse, desapareció tras un seto.

Por un momento, Linus consideró la posibilidad de dejarla marchar. Al fin y al cabo, no era más que una corbata. De hecho, no se había puesto una en toda la semana. Hacía demasiado calor, y Phee le había preguntado por qué siempre llevaba una. Cuando él le había respondido que lo más apropiado para un hombre de su posición era usar corbata, ella se había quedado mirándolo unos instantes antes de alejarse, sacudiendo la cabeza.

Pero desde luego Phee no había sido la causa de que renunciara por primera vez a ponerse la corbata un domingo. Y, al llegar el lunes, había decidido que desde luego no era necesario, al menos por el momento. Cuando regresara a la ciudad, tendría que volver a llevarla, por supuesto, pero ¿allí, en la isla?

Nadie lo supervisaba.

¿Quién iba a enterarse?

(Al parecer, Phee se había fijado, a juzgar por su sonrisita burlona.)

De todos modos, esa corbata le había costado más cara de lo que quería recordar, y el hecho de que no la llevara puesta en ese momento no le daba derecho a Calíope a robársela. La necesitaría cuando volviera a casa.

Así que salió en persecución de su gata.

Estaba sudando cuando llegó al jardín. Debido a su forma y volumen, la resistencia del viento le dificultaba mucho el correr. Bueno, tal vez «correr» no era la palabra más adecuada, pero trotar le costaba el mismo esfuerzo.

Entró en el jardín llamando a Calíope a gritos, exigiéndole que saliera de su escondite.



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